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Abraham Skorka

Rabbiner, Argentinien
 biografie
Siguiendo el criterio de buscar un cardenal no italiano para ungirlo como Papa, es que los cardenales del último cónclave optaron por elegir a un Latinoamericano. Wojtyla fue electo para reavivar la fuerza del catolicismo en la Tercera República de Polonia, histórico baluarte del mismo, después de 50 años de dominio nazi y soviético, y en las comunidades católicas del este europeo. Ratzinger, en su calidad de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe fue el que le proveyó el sustento ideológico a Juan Pablo II. El catolicismo en el este europeo tuvo el impacto de verse y sentirse cercanos a Roma a través de la figura de Wojtyla. 
 
Ratzinger era el lógico heredero. Pero la realidad mundial en la que le tocó obrar licuó rápidamente los muchos impactos que había logrado Juan Pablo II en su papado. Los múltiples viajes que realizó Wojtyla en su papado, los multitudinarios encuentros con diferentes pueblos y especialmente con la juventud de todas las latitudes, y aún su larga agonía, despertaron un sentimiento de religiosidad a nivel mundial. Pero la vertiginosa aceleración de los cambios en el actitud de los individuos y las masas, que caracteriza la realidad “líquida” –al decir  de Zygmunt Bauman- del presente, junto a los graves problemas de la Iglesia, que tomaron estado público, conllevaron  a la renuncia de un, ya anciano, Ratzinger.
 
Latinoamérica es una de las regiones del mundo con más habitantes que se reconocen como pertenecientes a la Iglesia Católica Apostólica Romana. Más allá del proceso de pérdida de compromiso con respecto a las tradiciones y secularización acaecido desde los mediados del siglo pasado, la Iglesia, como institución posee una importante influencia sobre gran parte de la población de los múltiples países que conforman esta región.
 
En los últimos decenios hubo un significativo drenaje de fieles hacia otros cultos cristianos que emergieron, y que supieron dar una respuesta y contención a las necesidades espirituales de aquellos que se les acercaban. Si bien la humanidad se halla sumida en una gran crisis espiritual y busca desesperadamente un paradigma que alumbre la existencia a fin de hallar un sentido a la misma, siendo éste el desafío primario del Papa Francisco, el apuntalamiento del Catolicismo en Latinoamérica es el segundo objetivo, dependiendo –en cierta medida-  el primero del éxito a obtener en el segundo.
 
Latinoamérica es el ámbito conocido de Bergoglio. Un vasto territorio en el que la polarización social caracteriza a todos los pueblos que lo habitan. Muchos bolsones de miseria maculan sus hermosos paisajes, ya se denominen favelas o villas miseria.  La corrupción, miseria material y vaciamiento de valores espirituales es el denominador común de la región en la que en los últimos decenios aumentó dramáticamente el consumo de drogas.
 
Innumerables revoluciones y contrarrevoluciones llenan los registros históricos de las múltiples naciones latinoamericanas. Se multiplicaron los líderes que se proclamaron como adalides de los desposeídos a lo largo de sus respectivas Historias, pero en la segunda década del siglo XXI el hambre aún sigue azotando a muchos en una región con posibilidades generadoras de alimentos para una población muy superior a la presente.
 
Bergoglio creció y se formó en esta realidad y siempre fue sensible a la misma. Argentina fue líder histórico entre las naciones de Latinoamérica, y Buenos Aires, su centro político por excelencia. Fue en ella donde nació y se educó el hoy Papa Francisco. Nadie en esta ciudad puede sentirse ajeno a lo político. De alguna forma, en sus grandezas y miserias, lo político de Argentina, de Latinoamérica y del mundo tuvo su eco en Buenos Aires y en los porteños. 
 
En los múltiples solemnes Te Deum en honor a las fechas patrias realizados en la Catedral Metropolitana, a las que asistía invitado por el presidente de la nación, en representación al Culto Israelita, el entonces arzobispo de Buenos Aires solía hacer un balance moral de la realidad argentina delante de las máximas autoridades del país. El hombre, conocedor de los males que aquejan al pueblo de la Patria, solía bramar, imitando a los profetas bíblicos, por las injusticias sociales y el dolor de los excluidos.
 
En múltiples oportunidades le comenté acerca de la valentía que mostraba con lo que expresaba en sus homilías. Le manifestaba que, por ignorancia, muchos “politizaban” sus palabras, y despertaban las iras de otros. Nunca cambió la senda de su discurso, hecho que conllevó a que el presidente Kirchner, al igual que su sucesora presidencial, Dra. Cristina Fernández de Kirchner, dejasen de asistir a la Catedral en las fechas patrias, según la costumbre, yendo a templos del interior del país. Bergoglio asumió con templanza  y serenidad la situación, que involucró también a la ocasión de los festejos del bicentenario patrio.
 
Bergoglio tuvo una actitud de compromiso frente a los necesitados En más de una oportunidad acompañó a los “curas villeros” visitando los barrios necesitados. Por otra parte, condenó acerbamente al trabajo “esclavo” y a la “trata” de personas. Brindó su apoyo a organizaciones que, como La Alameda, investigan y acusan a todos aquellos que explotan de algún modo a otros.
 
Estos flagelos que azotan a la sociedad argentina son un mal endémico en Latinoamérica. Por ello, no debe sorprendernos que haya visitado una favela en su visita  a Brasil. Él tiene por sentado que su misión en Latinoamérica es brindar una mano de apoyo y ayuda  a los millones de excluidos que, por inequidades sociales, viven en la miseria en medio de una tierra rica y fértil. Él entiende que la Iglesia debe dar una respuesta a sus necesidades si desea ser aceptada y servir de recreado marco de culto y cultura para todos aquellos que heredaron la condición de católicos.  
 
Su deseo de relacionarse con las mínimas barreras posibles con las multitudes que lo aclamaban en Río de Janeiro, es un signo de su humildad y sencillez, pero adquiere una significación superlativa en Latinoamérica, en la que la actitud de señor y vasallo se halla muy arraigada. La separación de clases no es sólo una cuestión de diferencias pecuniarias. Hay una mentalidad segregacionista que transforma a los manifiestos de hermandad en declaraciones inocuas y a las revoluciones sociales en cambios espasmódicos que no alcanzan a erradicar la miseria material y, especialmente, la espiritual, de la realidad latinoamericana.
 
Los desencuentros e intereses mezquinos fueron y siguen siendo impedimento para la integración de la región en un cuerpo hermanado que sabe ayudarse mutuamente. La unidad latinoamericana sigue siendo otra de las materias pendientes que caracterizan  a la región y testimonian acerca de rivalidades y prejuicios que subyacen en las idiosincrasias de los distintos pueblos.
 
La mistificación, cuando no la idolatría, de figuras conocidas en la política o el deporte, el ciego seguimiento a líderes carismáticos que se erigen cual redentores, es otra faceta de estas sociedades que demanda ser rectificada.
 
La historia de Latinoamérica se encuentra concatenada a la labor evangelizadora de la Iglesia católica en la misma, con sus aciertos y errores. El Papa Francisco refiere en su programa de trabajo a una nueva evangelización que, entiendo, tiene por objeto resignificar el mensaje, tan  necesario para conformar un punto de inflexión que conlleve a la ruptura de los círculos viciosos que impiden el desarrollo pleno, en lo espiritual y material, de sus habitantes.
 
Las apreciaciones que he vertido en estas líneas no son el fruto de una investigación minuciosa sino las reflexiones conclusivas luego de haber nacido y vivido 63 años en Latinoamérica. Sirvan las mismas como continuidad del diálogo interreligioso y de amistad que desde hace quince años me unen al hoy Papa Francisco, y que siguen desarrollándose fuertemente, más que con las palabras con el pensamiento y sentimiento, entre Roma y Buenos Aires.