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Me llamo Gilberte Fournier. Nací en 1931, por tanto, viví la guerra, la Segunda Guerra Mundial, cuando era una niña de unos diez años. La viví aquí, en París, en el barrio de Les Halles, donde vivía con mis padres y mis tres hermanos.

La guerra es algo horrible. Me da miedo hoy, cuando oigo hablar de guerras y de voces de guerra. Porque he vivido la guerra y jamás la he olvidado. No se puede olvidar, ni siquiera con 93 años. Debíamos bajar continuamente al sótano en cuanto sonaba la sirena. Un día la puerta se abrió de repente por la explosión de una bomba. Había gritos. Teníamos mucho miedo, también los adultos. Teníamos que permanecer tumbados tanto como pudiéramos. Por todos lados había sacos de arena delante de los portales. Vi bombas cayendo no lejos de mí. No es bello para un niño ver estas cosas.

Cada mañana, a las 6 debíamos hacer la fila con los cupones de racionamiento delante de la lechería o de la tienda de alimentos para ayudar a mamá. Enfermé gravemente. Pesaba menos de 26 kg. No se come todos los días cuando hay guerra y me encontraba muy débil por el escorbuto y también por el miedo. Huimos hacia la zona libre para alejarnos de los combates. Dormíamos por tierra, en sacos de paja, en las sacristías de las iglesias. Después regresamos.

Tomo la palabra hoy por invitación de mis amigos de Sant’Egidio, porque las personas de mi generación, que dan testimonio del gran mal de la guerra, son cada vez menos. Pero no hay que olvidarlo. Quiero decirlo especialmente a las jóvenes generaciones: la guerra lo destruye todo. La guerra destruye la vida, como la de muchas niñas amigas mías, las de la calle rue Saint Martin, o las del barrio, que eran obligadas a llevar la estrella amarilla y a las que nunca más vi. Un periodo triste en el que duele el corazón. Quienes no lo han vivido no saben qué es. ¡A veces oigo a gente que habla de la guerra como si fuera un juego! No saben qué dicen. No la han vivido. Estoy aquí, ante ustedes, para decirles que no hay que olvidar el gran mal, la gran derrota para la humanidad que es la guerra. Por eso hablo hoy, para que los jóvenes sean solidarios con el recuerdo de las personas ancianas como yo. Quisiera decirles: no dejen que les convenzan de que la guerra es inevitable; guarden y hagan crecer la paz que mi generación imaginó después de la guerra. ¡Amen la paz! Amen a los demás. Y construyan un futuro común.

Gracias por su atención