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Andrea Riccardi

Historiador, Fundador de la Comunidad de Sant'Egidio
 biografía

Santidad, ilustres representantes de las religiones, autoridades, queridos amigos:

Se han congregado en Roma creyentes de distintas tradiciones religiosas. Si el encuentro que impulsó Juan Pablo II en Asís en 1986 fue un giro, tras aquel evento se ha hecho un largo trecho. Para quien esté un poco familiarizado con la historia, es sorprendente ver que los creyentes, que antes estaban alejados entre ellos, ahora convergen: sobre todo hoy están convencidos de que las cuestiones de la humanidad debemos afrontarlas juntos y globalmente. Doy fe de que la dura lección de la pandemia ha hecho crecer en las religiones la idea de que deben trabajar juntas, como no lo habían hecho jamás. Lo he oído en el lenguaje y en el diálogo de estos días: algo profundo ha cambiado. Las religiones sienten que avanzan juntas hacia el futuro, porque "el mundo de ayer ya no existe", como dijo el patriarca Bartolomé, apasionado observador de nuestro tiempo.

Ha surgido una preocupación común: ¡la paz! Usted, Padre Santo, lanzó la alarma: "La guerra no es un fantasma del pasado, sino que se ha convertido en una amenaza constante". La guerra nunca es una solución. La desaparición de los testimonios de la II Guerra Mundial ha hecho disminuir la conciencia del horror de la guerra. Las relaciones duras entre países y la recuperación de la fuerza como herramienta política son la expresión de una cultura de la violencia de la que forma parte también una política depredadora con el medio ambiente. Cuando actuamos como depredadores, pensando solo en nuestro interés, olvidamos que la casa común de la Tierra es también de las generaciones que vendrán. La reciente pandemia ha puesto de manifiesto que las personas están conectadas entre sí y que forman parte de un destino global.

Frente a un mundo que debe renovarse, salen a relucir visiones limitadas y un extendido sentimiento de impotencia. Y este genera indiferencia. Pero las religiones nos recuerdan que el comportamiento de cada uno de nosotros no es irrelevante para nuestra "salvación", para la salvación de los demás y para la salvación de la Tierra.

Su mensaje es: "Yo soy responsable", como dijo el rabino Goldschmidt. La actuación de las personas individualmente y conjuntamente muestra el despertar de energías espirituales y solidarias, porque espiritualidad y solidaridad caminan juntas. Las religiones manifiestan la fuerza débil de la oración. Impulsan un renovado movimiento de personas responsables con los demás, capaces de desarmar el clima que nos rodea a causa de la violencia, capaces de emprender pequeños y grandes caminos de paz. Ha sido hermoso ver la aportación de muchos jóvenes estos días, que han tomado la palabra, una palabra que el silencio de la pandemia y la prepotencia de los adultos les habían negado. Doy las gracias a los muchos jóvenes y no tan jóvenes voluntarios que estos días nos han hecho sentir una Comunidad.

Deseo un mundo de fraternidad y de paz. Lo expresó muy bien el Documento de Abu Dabi, a uno de cuyos protagonistas, el gran imán Ahmed Al Tayyeb, hombre de gran sabiduría, saludo. Hemos vivido un tiempo doloroso de pandemia, que todavía no ha concluido. Hemos visto la fragilidad de un mundo. Estamos al inicio de un mundo nuevo y estamos dispuestos a aprender de las lecciones de la historia de los hombres y las mujeres, dispuestos a construirlo con todos, sobre todo con los pobres y los jóvenes.