Santidad,
Queridos amigos:
En todas las sinagogas del mundo, este sábado hemos leído el texto de la creación del mundo y del inicio de la humanidad. ¡Cuánta esperanza y cuánta decepción!
Caín asesina a Abel y destruye una fraternidad que era el modelo ideal del mundo.
Sí, la fraternidad como esperanza.
Caín, además de asesinar a su hermano, negará la fuerza del lazo fraterno contestando a su Creador que le pide por Abel: "¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?". Como escribe usted en su última encíclica, él negará "el mismo proyecto de fraternidad, inscrito en la vocación de la familia humana".
Elie Wiesel decía también que lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia. Caín promueve el mundo de la indiferencia.
Para Caín, no hay ninguna responsabilidad de uno hacia el otro, no hay ningún lazo entre semejantes, entre seres humanos, porque no hay fraternidad.
El Génesis continúa con las tensiones entre los hijos de Noé, luego entre Abrahán y Lot, luego entre Isaac e Ismael, luego entre Jacob y Esaú, luego entre José y sus diez hermanos que llegan a venderlo, dominados por el odio.
Pero a un hombre que le pregunta a dónde va, José contesta: "Busco a mis hermanos".
Sí, nuestro modelo es el de José, que nos impulsa a construir un lazo fraterno con las mujeres y los hombres que encontramos, con las mujeres y los hombres que siguen haciéndonos mantener la esperanza en una humanidad por reconstruir.
El rabino Nahman de Braslavia afirma que "el mundo entero es un puente estrecho y lo fundamental es no tener miedo, de nada".
Precisamente es esta, la inspiración que he encontrado en su encíclica, especialmente cuando invita a atreverse a ir hacia quien está lejos, aquel de quien el profeta Isaías afirma: "Paz, paz a quien está lejos y a quien está cerca".
Sí, primero a quien está lejos, pero en realidad, a todos, como usted recuerda citando a Hilel el Viejo.
Además del Talmud, usted pone de manifiesto tres principios que aprecio mucho –libertad, igualdad y fraternidad– como homenaje a la vocación de Francia de sentirse responsable de todas las miserias y de todas las esperanzas del mundo. Es una vez más el principio de responsabilidad hacia el otro que se practica. Y cuando decide citar la frase de san Gregorio Magno: "Cuando damos a los pobres lo que necesitan, no les damos lo que es nuestro, sino más bien les devolvemos lo que es suyo", descubro en esta frase el eco de nuestro principio bíblico: "Nosotros no somos más que guardianes temporales de lo que Dios me pide que dé a quien lo necesita".
En un revelador libro sobre san Francisco de Asís, Lo infinitamente pequeño, Christian Bobin explica que su modelo era de clara ruptura con su padre. Pero con la edad, como ocurre siempre que discutimos con aquellos a los que nos oponemos, terminará pareciéndose a él.
Nuestra fraternidad necesita practicarse en el encuentro, en el debate, a veces incluso en la discusión animada, pero siempre en la esperanza de encontrar al otro, para poderse encontrar a uno mismo.
Para terminar, le quiero dejar una historia de fraternidad que se narra en la Misdrá.
Dos hermanos tenían un campo y se repartían la cosecha. Uno tenía hijos y el otro era soltero. Cada uno quería dar más a su hermano y por la noche, con discreción, cada uno añadía trigo al montón de su hermano... y por la mañana los montones eran siempre idénticos. Pero una noche, los dos hermanos se encuentran y comprenden lo que cada uno quería y se abrazan. Saltan lágrimas, caen al suelo y Dios dice: "Allí donde han caído estas lágrimas quiero que se construya mi Templo". Precisamente siguiendo el ejemplo de la Jerusalén celestial todos nosotros tenemos que reconstruir una fraternidad digna del Templo. Y tal vez es el más hermoso de los templos que hay que reconstruir: el de la fraternidad.