Ilustres líderes religiosos,
somos más fuertes y estamos más llenos de esperanza tras estos días que hemos pasado juntos. Y eso no porque hayamos descuidado los problemas de nuestros países y del mundo. Hemos hablado de ellos como una familia, sintiendo que ningún pueblo está solo. Ha sido un gran don, gracias al Espíritu de Asís, que ayuda a manifestar el alma de paz en todas las tradiciones religiosas, que no elimina las diferencias, sino que enseña a sentir que somos responsables unos de otros. Distintos, pero no extraños o enemigos. ¡Todos parientes, todos diferentes!
A lo largo de los diez años que han pasado no hemos olvidado el camino de Asís, incluso cuando parecía ingenuo o inútil, arriesgado o desfasado. Cuando a muchos les parecía una utopía peligrosa. Nuestro único honor ha sido haber entendido que la visión que brota de la intuición profética de Asís es un gran don. Y habernos mantenido fieles a ella, año tras año.
Somos más fuertes y estamos más llenos de esperanza tras haber vivido estos días en Múnich, porque hemos puesto la oración en el corazón de nuestras jornadas. Hemos orado unos junto a otros. Nunca unos contra otros, como nos enseñó el gran Juan Pablo II. Venimos precisamente ahora de momentos profundos de oración.
Hemos bajado a lo más profundo de nuestras religiones y eso nos enseña a ser hombres de paz, como nos ha escrito nuestro amado Benedicto XVI en su mensaje, de alto valor espiritual. Y el Papa añadió: este encuentro nuestro es una ocasión “en la que las religiones pueden interrogarse a sí mismas y preguntarse cómo convertirse en fuerzas del convivir". Sí, las religiones son fuerzas para vivir juntos, bases de una civilización del convivir. Las religiones viven en el respeto mutuo, en la libertad y en la amistad. De ese modo sostienen la paz.
Somos más fuertes y estamos más llenos de esperanza que antes, porque no hemos cedido a la resignación y al pesimismo. En 1938, la conferencia de Múnich marcó el hundimiento de los gobiernos europeos ante la fuerza arrogante del nacionalsocialismo. Hemos visto en Dachau un fruto de aquella fuerza arrogante. Hemos ido allí como peregrinos. Aquella fuerza arrogante quería reducir Europa a un lager. Pero también allí, en la escuela del dolor nació un ecumenismo entre creyentes. En 2011, este Encuentro internacional de Múnich ha sido un gran evento de esperanza y de fuerza del espíritu.
Múnich se ha convertido en la capital del espíritu. No se ha oído el paso duro de los soldados por las calles, sino el paso ligero de los buscadores de Dios y de los peregrinos de la paz. Múnich ha sido felizmente capital del espíritu, entre otras cosas, por el carácter abierto y acogedor de su gente. Doy las gracias a todos, autoridades y ciudadanos, por su participación y su simpatía. Pero sobre todo quiero decirle gracias al cardenal Marx, anfitrión inteligente y hombre de espíritu y de paz. Eminencia, en estos días, en Múnich, no solo hemos organizado un espléndido congreso, sino que hemos hecho realidad un evento del espíritu que nos marca a todos nosotros y se comunicará como una fuerza de esperanza y como un sueño de paz. Nos vamos de Múnich más fuertes en la esperanza hacia la próxima década. De Múnich se eleva una invocación de paz, en la convicción de que Dios nos escucha. De Múnich se eleva un himno a la vida, que canta la alegría de la paz y del estar juntos.
Han sido días benditos, que nos han hecho fuertes. Esta fuerza apagará el fuego de la guerra. Esta fuerza nos sostendrá cuando tendremos que llevar la paz allí donde hay odio, incomprensión, indiferencia. No nos contentemos con estar un rincón protegido y tranquilo sin esperanza para el mundo entero. No paremos hasta que no haya paz cerca de nosotros y en todo el mundo. En un mundo globalizado, no nos podemos limitar a la globalización económica, sino que debemos tener un corazón grande y una mirada universal. El hombre y la mujer de paz son hermanos y hermanas universales.
Estamos llenos de esperanza, hasta el punto de que decimos con fuerza: ¡que la próxima década sea realmente nueva! La novedad es la paz. La paz en un mundo más justo con los pobres, donde los ricos aprendan la sobriedad y la participación verdadera en la lucha contra la pobreza. La paz es un sueño y una esperanza, no una utopía. Es el sueño que madura en el corazón de una mujer y de un hombre espirituales, que no se resignan al mal, a la falta de libertad, de libertad religiosa, de libertad de la miseria. La paz, en un mundo concreto, es nuestra visión del futuro. Porque la paz es una visión divina, al ser el mismo nombre de Dios.