Santidades,
Ilustres representantes de las religiones del mundo,
Hay momentos preciosos, como esta tarde: se ve la paz en el corazón de muchas religiones y personas. Es consolador para quien tiene sed de paz: pueblos en guerra, que huyen de la violencia o del terrorismo, prisioneros, torturados, madres que ven sufrir a sus hijos, pobres y empobrecidos por la guerra. Las religiones son verdaderamente fuentes de esperanza para quien tiene sed de paz.
Gracias, pues, a todos ustedes, a los amigos de Asís, al papa Francisco que camina con los que buscan la paz.
Que los líderes religiosos se presenten juntos, invocando la paz, es una imagen luminosa. Desenmascara a quien usa el nombre de Dios para hacer la guerra y aterrorizar. Así fue hace 30 años, en 1986, cuando Juan Pablo II tuvo la valentía de invitar a quien, durante milenios, era considerado extraño. Muchos respondieron. No tenía que ser un hecho aislado, como querían algunos prudentes, una santa extravagancia del Papa. ¿Un evento posible sólo en una Asís cuidada como un belén? ¿O sólo posible en aulas universitarias o en salas de congresos? No era así. Aquel acontecimiento se ha hecho historia: de ciudades, periferias, pueblos, año tras año, ensuciándose de barro y de dolor, pero también cargándose de esperanzas.
Hace treinta años que caminamos en este espíritu por el mundo. Hemos comprendido que cada comunidad religiosa, que reza, puede liberar energías de paz. Desde 1986, las aguas de la paz se han desbordado de las fuentes de las religiones, mezclándose entre ellas para apagar los conflictos. Es el espíritu de Asís. ¡Cuántas historias! Recuerdo al obispo sirio, Mar Gregorios. Aquí en 1986 y luego siempre con nosotros: creía en la convivencia. Obispo de Alepo, ciudad de convivencia interreligiosa, patrimonio de la humanidad desde 1986. En abril de 2013, salió de Alepo con el obispo Yazigi para una misión humanitaria. No volvieron.
Ahora la Alepo bombardeada es un montón de ruinas con esqueletos de edificios, donde vive gente. ¡Cuánta sed de paz en Siria! Allí han hecho cínicamente la guerra, concentrando armas de todo tipo: han matado la convivencia. Porque la guerra es la locura de gente ávida de poder y dinero.
Cuando se conoce el dolor de la guerra, se abre un ideal por el que vivir: la paz. Muchos lamentan hoy la pérdida de ideales y de valores: ¡pero tenemos la paz! No está reservada a los políticos, especialistas, militares: todos pueden ser artesanos de paz con la fuerza débil de la oración y del diálogo. Así se derrotan a los señores de la guerra y a los estrategas.
De las religiones, sin confusión pero sin separación, puede surgir un pueblo de artesanos de paz. Era el sueño del 86. Las religiones están llamadas a una mayor audacia: fuera de los esquemas heredados del pasado, de las timideces y de la resignación. Todos tenemos que ser más audaces, porque el mundo tiene sed de paz. Hay que eliminar para siempre la guerra que es la madre de toda pobreza. Como se hizo con la esclavitud.
La audacia de la paz es oración y diálogo. El diálogo –decía el humilde teólogo ortodoxo, Olivier Clément¬¬¬¬– “es la clave de la supervivencia del planeta, en un mundo que ha olvidado que la guerra nunca es aquella solución quirúrgica limpia que permite expulsar el mal del mundo. El diálogo es el corazón de la paz…”.
El diálogo revela que la guerra y las incomprensiones no son invencibles. Nada se pierde con el diálogo. ¡Todo es posible con la paz!