Permitidme empezar con una breve historia.
Durante las Cruzadas, en la Edad Media, Damietta, hoy una gran ciudad egipcia, estaba asediada por los Cruzados y las fuerzas islámicas egipcias contratacaban. El asedio duró mucho tiempo, aunque fue en vano. En una jornada tranquila y sin combates, un monje vestido con su característico hábito de saco se dirigió hacia el campamento de los Cruzados con sólo una Biblia en su mano. No llevaba armas, ni siquiera un bastón.
Los musulmanes se sorprendieron al verle llegar al campamento enemigo, pero no osaron hacerle daño.
Sus vestidos indicaban que se trataba de un monje y sacerdote, y el Corán alaba a los Cristianos porque entre ellos hay monjes y sacerdotes.
De la misma manera, la Biblia que llevaba es considerada como sagrada por los Musulmanes porque creen, como para el Corán, que fue revelada por Dios y que ofrece guía y conocimiento. El Corán afirma también que “el pueblo del Evangelio pueda juzgar según lo que Dios les ha revelado a través de Él”.
Por esta razón los soldados musulmanes recibieron con respeto, pero también con confusión, a este hombre de Dios que llegaba del campamento enemigo, y le pidieron: “¿Quién eres? Y ¿qué quieres?” Él dijo que quería encontrar al rey. Después de algunas dudas y consultas, el hombre de Dios fue llevado al campamento del rey que, en aquel tiempo, era el Rey Al-Kamel, primo de Salah ad-Din Yusuf ibn-Ayyub (conocido como Saladín)… El rey le preguntó lo mismo: “¿Qué quieres?”. Y la respuesta del monje fue: “Yo quiero la paz”.
-“Pero estáis combatiendo contra nosotros…”
- “Nosotros no combatimos por amor de la batalla, sino porque queremos que nuestro camino hacia Jerusalén sea un camino de paz y seguridad”.
Y el rey le preguntó: “¿Y cómo es posible esto?”
El monje respondió diciendo: “Es muy sencillo. El problema se resolverá cuando todos os hayáis convertido al Cristianismo. Entonces todos seremos hermanos”.
El rey no se sorprendió. Dijo: “Te presentaré algunos de nuestros sabios musulmanes con los que podrás discutir de la cuestión y junto a ellos decidir cuál de las dos religiones es la verdadera, y quien tendrá que adoptar la religión del otro”.
Durante el encuentro con el rey, uno de los sabios musulmanes propuso audazmente encender un fuego y que el monje se lanzara en él por su voluntad. Si salía ileso, significaría que su religión – el cristianismo - era cierta, y en consecuencia seguirían la religión cristiana.
El monje no se lo pensó mucho, y dijo inmediatamente: “Acepto… Si salgo ileso del fuego, querrá decir que el cristianismo es la verdadera religión, y todos vosotros os convertiréis al cristianismo. Pero si el fuego me tuviera que consumir, será a causa de mis pecados personales”. También en aquel caso el cristianismo sería la religión verdadera. El rey y los sabios quedaron sorprendidos de su profunda espiritualidad e inteligencia.
El diálogo terminó con la vuelta del monje a su campamento, trayendo dones y regalos que creo que actualmente están expuestos alrededor de su tumba. El hombre de Dios era san Francisco de Asís, bajo cuya protección espiritual estamos hoy reunidos, gracias a la Comunidad de San Egidio.
Señoras y señores,
He compartido con ustedes esta historia verdadera no sólo porque nos encontramos en la tierra de san Francisco, sino para hacer las siguientes preguntas:
- Si san Francisco volviera hoy en vida y visitara las áreas en conflicto en Oriente Medio, ¿cómo sería acogido por el ISIS y sus seguidores?
- ¿Habrían respetado su hábito religioso y su Sagrada Biblia?
- ¿Habrían hablado con él como creyente cristiano, a la luz de lo que dicen de los cristianos el Corán y el Profeta Mahoma (paz y bien sobre él)?
Pienso que no es necesario responder… todos conocemos la respuesta.
Conocemos la suerte del jesuita italiano Padre Paolo Dall’Oglio, que ha dedicado su vida para servir a los musulmanes y a los cristianos en Siria. Y conocemos la suerte del obispo Yohanna Ibrahim, que hoy encontramos a faltar, en este evento de San Egidio, y en las plataformas de diálogo entre musulmanes y cristianos en Oriente Medio y en otras partes.
Sabemos lo que ha sucedido a muchos monasterios e iglesias que han sido destruidos, aunque sean descritos por el Corán como casas de Dios, y a pesar de la advertencia del Profeta Mahoma a los musulmanes de no dañarlos, negando a los musulmanes el uso de una sola piedra de una iglesia para la construcción de una casa para los musulmanes, considerándolo un acto de desobediencia a Dios y a su Profeta.
El Islam no ha cambiado. El texto coránico es constante y las Hadith (palabras del Profeta) son claras. No ha cambiado ni antes ni después del encuentro de san Francisco con Al-Kamel en Egipto. Lo que ha cambiado es que un grupo de extremistas vengativos y desesperados han secuestrado al Islam y lo están usando como instrumento de venganza. Se han convertido en un movimiento totalitario, pero esta vez en nombre de la religión.
Por esta razón, nosotros los musulmanes comprendemos que tenemos que liberar nuestra religión de este “secuestro” y reorganizar el islam en su interior, según los principios espirituales del Islam y con los principios generales que constituyen el fundamento de la civilización humana del siglo XXI.
También por esta razón, afrontar el tema del extremismo religioso es un deber sobretodo de los musulmanes. El Islam cree en el pluralismo y considera la diversidad entre los hombres una expresión del querer divino que las personas sean diferentes entre ellas. Este es el motivo por el que Dios los ha llamado a conocerse uno a otro. Y el diálogo es el medio para hacerlo, pero no puede haber diálogo en ausencia de libertad. La libertad religiosa es la base, la corona de todas las libertades, como se afirma en la Exhortación Apostólica sobre Oriente Medio y en el documento de Azhar Al-Sharif sobre las libertades fundamentales. Por esto S.S. el Papa Francisco ha demostrado ser un líder espiritual para toda la humanidad, cuando ha declarado que no existen religiones criminales, sino que existen criminales en todas las religiones.
Señoras y señores,
He aprendido de la historia de san Francisco en Oriente que las relaciones entre personas y religiones diferentes no pueden basarse en la eliminación, como hace hoy el ISIS, y ni siquiera sobre la tolerancia, como creen algunos bienintencionados. Tendrían que basarse sobre la fe en el pluralismo y en la diversidad y sobre el respeto por los fundamentos intelectuales e ideológicos que están a la base del pluralismo y de la diversidad, de manera que pueda reemplazar a la tolerancia, que Nietzsche describía como un insulto delante del “otro”.
La ciudadanía de un estado no se basa en la tolerancia, sino sobre los derechos. Al primer signo de cambio o de tensión en las relaciones, la tolerancia podría llevar a una violación de los derechos humanos. La tolerancia se practica con un cierto nivel de superioridad – el de quien tolera delante de quien es tolerado. A su vez los derechos están fundados en la igualdad y la justicia, y protegen las relaciones humanas y nacionales gracias al respeto recíproco. Exactamente lo que nuestros estados nacionales necesitan y sobre lo que deberían estar fundados.
Permitidme acabar confirmando la siguiente realidad, o el hecho que “el otro” soy yo “el diferente”; que cuando más espacio dejo al “otro” en mí mismo, mejor me comprendo a mí… y al otro. Solamente a través de la libertad de expresión, la libertad de religión y la libertad de practicar la religión, puedo comprender qué significa ser tú.
Gracias a San Egidio y gracias a vosotros